Proclamados
los 3 relatos ganadores de la 6ª versión del Concurso Voces y Silencios de
Mujeres Trabajadoras
Un
evento que recoge historias de vida y los dramas
de discriminación laboral de las
mujeres
Por Clara Elena Gómez V.
Mujer y Trabajo Decente de
la ENS
El concurso Voces y Silencios de Mujeres
Trabajadoras, que anualmente convocan y realizan la Escuela Nacional Sindical y
la Corporación Educativa Combos, tuvo su acto de premiación el pasado fin de
semana en el marco de las decimas jornadas por trabajos
decentes, y en el mismo se proclamaron
los relatos ganadores y las menciones especiales en esta sexta versión del
concurso; relatos que dan cuenta de las historias de vida y los dramas de
discriminación laboral de sus autoras.
Porque ese es precisamente el propósito del concurso: promover la escritura
de las experiencias de violencia y discriminación de las mujeres en el mundo
del trabajo, como una manera de elevar su palabra. Cada
año se invita a participar a mujeres trabajadoras de diferentes regiones de
Colombia, vinculadas a los
sectores formal e informal de la economía, bien pertenecientes a
organizaciones sindicales y sociales, o independientes.
Este año
el acto de premiación sirvió también de
escenario para rendir un sentido homenaje a la memoria de dos entrañables mujeres recientemente fallecidas: la poeta
y feminista Piedad Morales, quien acompañó el proceso desde sus inicios; y la
sindicalista y educadora Bertha Elizabeth Muñoz, incansable promotora del
concurso entre las mujeres con quienes trabajaba, y también ella misma concursante
en una de sus versiones.
El jurado del Concurso Voces y Silencios debió elegir entre los
trabajos que enviaron 35 mujeres. El primer premio correspondió a Ángela Henao,
por el relato “El
diario de Sara”, que recoge una historia que muestra el control del cuerpo
de las mujeres por parte de los actores armados. El segundo puesto fue para
Tatiana Aristizábal, con el relato “Una
mamá con mañas”, que narra las peripecias de una joven recicladora, madre de
familia, en situación de discapacidad. Y el tercer premio lo obtuvo Liliana Vélez, con el
relato “Desalojada de mis raíces”.
Estos relatos, y otros nueve más que obtuvieron mención especial,
están recogidos en un libro editado por la ENS, que está disponible para los
interesados en su versión digital en el siguiente enlace: http://ens.org.co/apc-aa-files/45bdec76fa6b8848acf029430d10bb5a/VOCES_Y_SILENCIOS_06.pdf
Todas
las historias consignadas en este libro constituyen apenas una tímida
fotografía del conjunto de dificultades que las mujeres comunes y corrientes
viven en los espacios laborales, y una manera de denunciar las condiciones de
vida y trabajo de las mujeres, en su búsqueda de un mundo con justicia y
equidad. Se trata, en suma, de reconocer las mujeres y sus historias laborales,
de exorcizar el dolor, como bien lo expresa en sus palabras Marta Patricia Mesa,
integrante del Jurado:
“Como jurado podría creer que lo he leído
todo. Pero por más que leo estas historias de vida y ´trabajos` ninguna se
repite totalmente. Es así como encuentro relatos que me dicen de otros tipos de
maltrato, de otros dolores, de abusos más sofisticados, de otras salvajes
maneras de invisibilizar al otro, de otras formas de hacer como si se viviera y
se tuviera trabajo”.
Por su parte Ligia Inés Alzate, directora del
Departamento Mujer de la CUT Nacional, señaló: “Este concurso es una forma alternativa de realizar denuncias sobre las
inequidades que las mujeres viven en el mundo del trabajo, y me enorgullece el
reconocimiento a una sindicalista como Bertha Muñoz, que trabajó
incansablemente por los derechos laborales de las mujeres”.
Y la
concursante que resultó ganadora, Ángela Henao, sobre el reconocimiento al que
se hizo merecedora, expresó:
“Estoy sorprendida por este premio, pues lo que hice
fue desahogarme en el papel. Para mí fue vital el encuentro con las historias
de otras compañeras en los talleres, lo que me permitió saber que no soy la
única que ha pasado por experiencias de discriminación en el trabajo, escasez
económica y humillaciones. Pero lo más importante es sentir que lo hemos podido
superar y estamos acá”.
Fragmentos
de los relatos ganadores:
Del relato ganador “El diario
de Sara”:
“Pablo Escobar, el rey de reyes como le diría yo,
mandó una amenaza a todo el pueblo de Envigado, en especial a las mujeres que
tuviéramos el copete de Alf. Mi tía estaba agresiva conmigo, me cortó todo el
cabello sin mi consentimiento. Lloré, en ese momento no entendía que lo que
quería era protegerme; para mí el
cabello era como la sombra de esa madre que jamás había conocido, sólo
sabía que su cabello era muy largo, y
cuando yo me lo acariciaba me sentía cerca de mi madre”. Continúa
la historia donde una niña de trece años, es madre de otra niña: “No comprendí nada hasta el 24 de noviembre,
día que nació Saray. ¡Qué susto me llevé! Era tener una muñeca humana que
lloraba y que se movía”.
Del
relato “Una mamá con mañas”, segundo
premio:
“Papá vendía estuches, mata
cucarachas, antenas para televisión, bolis y pensaba distinto que mis tías. Decía
que yo estaba incapacitada de los pies, pero no de las manos, por eso me llevó
para la casa a pasear y no me devolvió; me enseñó a barrer cogiendo la escoba
de un lado y echándome para atrás, a tender una cama utilizando un palo con un
gancho pegado del borde. Se iba a las siete de la mañana y dejaba todo listo,
yo cuidaba a mi hermanita de cuatro años, pero ella se volaba para la calle
todo el día y llegaba antes que mi papá (…) La gente preguntaba que cómo iba a
hacer cuando Nicolás caminara, y yo les decía: me consigo “una correíta de
perro”. Yo veía a los perritos con una correa que se alargaba si el amo
caminaba más lejos y quería una de esas para el niño. Ahora me río cada vez que
veo el arnés que le regaló la tía (así le dicen a la correíta de perro), solo
que es muy elegante, tiene un bolso con cara de león, y sirve para que el niño
no se pierda o salga corriendo sin mí”.
Del relato “Desalojada de mis
raíces”, tercer premio:
“A mis doce años mi madre
me llevó a vivir con mis abuelitos, retirándome de la escuela y esclavizándome
al trabajo material, el que hacen los hombres, sembrando y cosechando toda
clase de alimentos. Me tocó aprender a lidiar con bestias, vacas, cerdos; sin
contar con la escases económica que vivía, no contaba con un desodorante ni un
champú, la crema de dientes era un lujo. De una infancia difícil, pasamos a un
largo recorrido por los trabajos más precarios: obrera de la confección,
empleada del servicio doméstico, donde tenía menos reconocimiento y apoyo que
los perros de la casa: trabajé en oficios varios y en confecciones. El trabajo
era tanto que no me quedaba tiempo ni para comerme la coquita de arroz frío.
(…) Luego entré trabajar en una casa de familia donde tenía asegurada por lo
menos mi comida, pero me acostaba de once a doce de la noche, tenía que comer
en frente de los perros, eran cuatro y sólo me inspiraban miedo, sentía
fastidio de verlos chorreando babas casi encima de mí y no los podía mirar feo
porque ya me estaban gruñendo, y a la señora no le gustaba que se los
maltratara con malas caras”.
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